«Un sueño, ruiseñor»
Me levanté pronto, era festivo en Zaragoza, concretamente San Valero, día 29 de Enero.
Le dije a mi mujer "me voy a pasear un rato, compraré la prensa, el pan y después nos vamos a Ejea, allí como no es fiesta aprovecharemos para hacer gestiones y comprar algunas cosas para el jardín."
Bajaba por Vía Ibérica y me dije: "Isidoro, dentro de tres días cumples años, serán 67".
Me paré en seco, no sé muy bien porqué, posiblemente por haber reparado en mi edad, y sacando mi vena positiva dije, "¿Y qué? Estoy bien, pues sigue con tus proyectos y adelante". Yo mismo me daba ánimos y así trataba de no caer en desánimos infundados y que no conducen a nada. Fuera fantasmas y cuantos más años cumplas, más tiempo has disfrutado de la vida.
Sin darme cuenta, estaba en el parque, en su entrada había un señor y un joven a su lado, y justo enfrente una gran mesa llena de pollos, grandes y hermosos metidos en unas bolsas de plástico, justo a su lado un gran carromato, de esos que se utilizan para llevar caballos.
De repente, el señor se dirigió a un transeúnte que miraba con recelo la escena y le dijo:
– Perdone caballero, ¿puede contestarme a una pregunta muy fácil?
– Por supuesto – le respondió el caballero.
– ¿Quién manda en su casa?
La pregunta le pilló desprevenido, y tras unos segundos de silencio respondió "mi mujer".
El joven ayudante cogió un pollo de la mesa y se lo entregó, al mismo tiempo que le decía, "aquí tiene Vd. el premio por responder a nuestra pregunta".
Varios viandantes se habían acercado a contemplar la escena y la pregunta se repetía, y la contestación también era la misma y todos se cogían su premio, el consabido pollo.
Ya me iba y cuando ya estaba un poco alejado y quizás por no haber participado en el juego, alzando la voz me dijo "¿Caballero, quien manda en su casa?"
Sin inmutarme le respondí, "en mi casa mando yo". Me lo volvió a preguntar y la respuesta fue la misma, "en mi casa mando yo". Confieso que miré de reojo, como si tratara de descubrir algún conocido entre la gente que estaba mirando.
"Espere", me dijo, y dirigiéndose al carromato, lo abrió y tirando del ronzal salió un enorme caballo negro, con unos impresionantes ojos azabache, me colocó el ronzal en la mano y me dijo: "aquí tiene Vd. su premio, es el único hombre que ha respondido que manda su casa en el último mes".
Me quedé petrificado, mudo y sin saber qué decir, balbuceé unas simples gracias, cogí el caballo y me encaminé a mi barrio de Casablanca, Vía Ibérica arriba.
"¿Qué le digo yo ahora a mi mujer?. Ya está, me lo llevo a Ejea y mi sobrino José Luis, que tiene una paridera con ovejas me lo cuidará y ya veremos".
Cuando llegué a la puerta de mi casa, llamé al timbre y le dije a mi mujer que se asomara a la ventana. Cuando me vio con el caballo le dije: "mira he ganado este caballo en un concurso, huelgan las explicaciones". De inmediato me respondió "haz el favor de devolverlo ya me dirás que vas a hacer con él", y cerró la ventana.
De nuevo Vía Ibérica abajo con el caballo, cuando estaba a punto de llegar a la mesa con los pollos, el señor le dijo al ayudante, "anda chaval mete el caballo en el carromato y dale un pollo a ese caballero, como premio de consolación."
De repente oí una voz que me decía: "Isidoro, levántate que ya es tarde, y luego no nos da tiempo en hacer todos los recados". Me empecé a sonreír y saborear el sueño. "¿De qué te ríes?" – me dijo mi mujer – "Ya te lo contaré por la carretera".
Y así fue. Cuando terminé mi sueño me dijo: "Isidoro no te puedo dejar solo ni en sueños."
FIN